Gustavo Petro no paró después de concluida la dura campaña electoral para la presidencia, siguió de largo y nombró su gabinete en tres direcciones: la primera, expertos exministros y exfuncionarios de Estado; la segunda, ideólogos con la cabeza puesta en cambiar el mundo en el menor tiempo posible; y la tercera, inexpertos que ni fu ni fa de administración pública.
En su afán, compresible y plausible, arrancó la maratón de 4 años sin importar quien le seguía el paso, tanto que la comunicación inicial con los colombianos no fue acertada: una cosa decía el presidente y otra los ministros, en especial los ideólogos y los inexpertos, lo que obligó a los expertos a salir a corregir, muchas veces con el apoyo del senador Roy Barreras, presidente del Congreso de la República.
En los primeros 100 días, en los que se acostumbra a medir cómo arrancó el Gobierno, hubo una avalancha de acciones que marcaron el compas del mandato del cambio: el restablecimiento de las relaciones con Venezuela, el inicio de los diálogos de paz con El Ejército de Liberación Nacional (ELN), la reforma a la Ley de Orden Público para buscar la paz total, el empuje al punto uno del Acuerdo de Paz con las Farc, la aprobación del Acuerdo de Escazú y de la reforma tributaria. Esta última con más oscuros que claros, lo que veremos transcurrido el primer trimestre del año entrante. No tengo en la memoria una reforma tan ambiciosa en términos económicos y menos, aprobada en tan corto tiempo, sin que la llamada ‘primera línea’ diga ni pío, contrario a lo que pasó con la reforma tributaria del gobierno anterior, que generó el estallido social.
Seguramente en estos primeros 100 días hay mucho más que abonarle al presidente Petro, como algunas de sus intervenciones a nivel internacional, escenario en el que ha puesto en la agenda temas de interés para el continente la latinoamericano como la política Antidrogas, la protección de la Amazonía, el cambio climático y la descarbonización de las economías.
Petro, hábil político, supo sumar a su equipo a quienes han manejado el país, con ellos pretende hacer el gran cambio, los tiene ‘aceitados y enmermelados’ para aprobar la reforma política, con la que pagará parte de su gobernanza y de paso despejará el camino para tramitar, sin sobresaltos, las reformas con más carga ideológica como la laboral, pensional y de salud, que Dios quiera sean consensuadas. Las tres necesitan cambios o ajustes, no hay duda, pero una cosa es cambiar o ajustar, y otra muy distinta arrasar.
En los primeros 100 días, en los que se acostumbra a medir cómo arrancó el Gobierno, hubo una avalancha de acciones que marcaron el compas del mandato del cambio.
¿Y la corrupción?, ¿la paz total incluye negociar con todo tipo de delincuente, y debilitar las fuerzas del orden?, son inquietudes que siguen sin responderse de manera clara en estos primeros meses del nuevo gobierno. Y la vicepresidente Francia Márquez, fiel a sus promesas de campaña, ha volcado su agenda a los territorios enfocada en lo social y la inclusión. Recordemos que ella llegó al poder como líder de las comunidades excluidas a lo largo de la historia y por ello su tarea prioritaria ha sido visitar las regiones azotadas por todo tipo de males como el norte del Cauca, Quibdó y los Llanos Orientales.
Muchos le critican por no representar el país en eventos internacionales, como lo viene haciendo la primera dama Verónica Alcocer. Su respuesta es puntual: “Creo que he estado haciendo mi trabajo desde las regiones, he estado en los diálogos con mujeres en las regiones y a veces eso no se ve, pero ahí he estado haciendo mi trabajo. Yo no me puedo pasar solo viajando al exterior, yo tengo que ir al territorio”.