Germán Sandoval, músico experto y colaborador de esta casa editorial, conversó con el maestro Carlos Arturo Flórez Salcedo, virtuoso del cuatro y reconocido exponente de las mágicas tonadas que solo provienen de los Llanos.
A mediados de los noventa realizamos una gira al sur del país auspiciada por el sector cultural del Banco de la República. La música llanera siempre me cautivó, pero como intérprete, todavía no conocía su profunda dimensión. Un hombre formidable de sonrisa grande y generosa era el líder de la propuesta artística que llevábamos. Se trataba nada menos que del maestro Carlos Arturo Flórez Salcedo, virtuoso del cuatro, músico desde niño y ganador en cuanto certamen participara hasta ser declarado fuera de concurso. La ocasión se convirtió en una de las experiencias musicales más gratificantes que he vivido. Luego de un prolongado período en que no supe más de él, gracias al cantante Raúl González, cumplí mi sueño de reencontrarlo, precisamente con motivo de esta entrevista que hoy les compartimos.
Germán Sandoval: Cuéntanos un poco de tus inicios y cómo era ese entorno cultural, natural y humano.
Carlos Arturo Flórez Salcedo: Casi todos nos conocíamos porque Villavicencio era un pueblo pequeño. Me conecté con la música desde muy niño, bailé como loco y toqué las maracas en el emblemático Teatro Cóndor que tumbaron. Este era el teatro con la mejor acústica del país y ahora es un parqueadero. ¡Qué lástima! Ahí toqué maracas, bailé joropo y a los ocho años comencé con el cuatro con las enseñanzas del maestro Hernando Wilches. Amábamos esa academia, nos la pasábamos estudiando y conociendo los ritmos del folclor llanero. Artistas que hoy son renombrados formaban parte de ella, personajes que se han ido y otros ya retirados. Yo era feliz viendo a los hermanos Becerra, tocaba con los hermanos Salcedo y acompañaba al ‘Ángel que le canta al llano’, Claudia Patricia Salcedo. La misma gente iba a las presentaciones en la Casa de la Cultura, a los teatros, parques o al coliseo, pero también venían a los festivales turistas de todo el país y del extranjero. Desde muy niño llegué pegando duro y empecé a ganar. El primer festival que gané lo organizaron las academias. El premio fue un cuatro, una camiseta y un disco de 45 revoluciones. Eso me motivó a investigar y aprender más. Han pasado miles de cosas y ya ves, aquí estoy con mi instrumento sin parar de ensayar, aunque por épocas sí lo he hecho.
GS. El maestro Carlos se encuentra acompañado por dos de sus grandes amores: su esposa y el cuatro llanero. Entonces su voz se hace más clara y reflexiva.
CAFS. La pandemia de una u otra manera hizo algo bueno en muchas personas, me imagino que el 98% de la humanidad ha aprovechado para hacer algo. Ahora me siento más enamorado de mi cuatro. Siempre he amado el cuatro y he creído en lo que hago. Siento que he depurado absolutamente mi manera de abordar lo melódico armónico y lo rítmico. Hoy que estaba dando el taller les decía a los muchachos: “Miren, dejé de competir y ahora toco más bonito”. Ahora siento que toco mucho más profundo, estoy disfrutando más el instrumento y haciendo cosas que antes no hacía. Estoy volviendo a las raíces melódicas, criollas, sabaneras, y a las voces de los cantos de ordeño, de arreo, de vaquería de ganado, de amanecer, de atardecer. Esos cantos los estoy haciendo en el cuatro ya como una investigación. Es una propuesta con la que la gente está feliz.
GS. Alguien me comentó que tu cuatro tiene un diapasón extendido que fabricaron de acuerdo con tu estatura.
CAFS. Sí, el cuatro convencional tiene 13 o 14 trastes. El que me hicieron en Chile es de 19. Ese cuatro está guardado y es ya una pieza de museo. Los que tengo últimamente son de 18, 19 y 17 trastes y así desempeño mejor el trabajo como concertino. Ayer estuve en San Martín, hoy en Restrepo, mañana en la Vorágine, el jueves en Cumaral, y así me la paso dando talleres. En especial encuentro felicidad en el trabajo sobre los cantos llaneros. El cuatro electrónico MIDI lo hicimos para el 2013 y no sé por qué resultó en Londres. Ahorita estamos en el proyecto de volver a hacer el cuatro electrónico MIDI de 1.600 sonidos y 27 trastes, y esa es la vanguardia. Mucha gente, como el doctor Fernando Lizarazo, director del conjunto Alma Llanera decía, “el se nos adelantó 50 años y nos ha traído el futuro”, una muestra de lo que puede ser un cuatro en el futuro.
GS. ¿Hasta dónde te ha llevado la música, tienes algún recuerdo que todavía te emociona?
CAFS. ¡Claaaro! Son muchos momentos, porque concursando uno tiene muchas emociones. Si pierde siente más y si gana, pues imagínate. Algo muy cómico que me pasó fue en un Festival Internacional de Música Llanera del Silbón, en Guanare, capital del estado Portuguesa (Venezuela), en el año 1983. Representaba a Acacías (Meta) y la noche de la premiación anunciaron empate entre dos cuatristas venezolanos. Yo dije, “Ve, a mí no me calificaron ¿por qué? ¿cómo así que yo ni de segundas?”. Pues yo sabía que había tocado bien, todo el mundo me lo dijo y hasta al propio jurado le había visto cara de admiración. Cuando vi que no me llamaban dije “Me dejaron por fuera”. Me senté en las gradas en medio de toda la gente y entonces dijeron… El desempate. Se presentaron los dos cuatristas, y al rato, como a las dos o tres horas, anuncian: segundo mejor cuatrista… fulano, el muchacho que tocó mejor de los dos que desempataron, quedó de segundo, entonces yo dije, “pero cómo así, qué le está pasando a este jurado” y dije “cómo le van a dar el segundo puesto a ese sabiendo que tocó mejor que el otro”. Y bueno, siguieron llamando y cuando dicen, primer mejor cuatrista Carlos Arturo Flórez de Colombia, yo estaba entre el público y no me la creía, “¿me están llamando a mí?”. Salté por encima de las gradas, del jurado, y caí al escenario. Les dije no sabía que estaban escogiendo el segundo puesto. Después concursé otras tres veces en el mismo Festival y las tres veces gané, entonces me dijeron: “Maestro ya no venga más aquí”. veces en el mismo Festival y las tres veces gané, entonces me dijeron: “Maestro ya no venga más aquí”.
El silbón es un espanto, como la leyenda de Juan Machete o la leyenda de Florentino y el Diablo, o la del caporal y el espanto.
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