Editorial
Las protestas y movilizaciones sociales atraviesan de modo diverso al país entero, desde Cali hasta Pereira, del Chocó hasta la Sabana de Bogotá. Y es que la discordia no cesa. La inequidad y la pobreza crecen aceleradamente. En marzo, la tasa de desocupación laboral alcanzó el 14%, mientras la pobreza monetaria llegó a un desalentador 42.05% de la población nacional (21,2 millones de colombianos), según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE).
Ante estos datos no es de extrañar que el descontento social hierva impetuosamente. El anuncio de la posible entrada en vigor de una nueva Reforma Tributaria en uno de los países más desiguales del continente, generó acciones de todo tipo: las paredes hablaron, llovieron piedras y en vez de silbar el viento, lo hicieron las balas ‒tanto en el campo como en la ciudad‒, las madres lloraron a sus hijos y muchos de quienes alguna vez juraron protegernos, nos dieron la espalda.
Según la ONG Temblores, plataforma de triangulación de datos y denuncia social, hasta el día 9 de mayo las protestas del Paro Nacional, iniciadas el pasado 28 de abril, habían dejado 47 muertos, 278 víctimas de violencia física, 963 detenciones arbitrarias, 356 intervenciones violentas en marchas pacíficas, 111 disparos de armas de fuego y 12 víctimas de agresiones sexuales.
La preocupación nacional, ahora vira hacia otras direcciones. El desabastecimiento de alimentos, medicinas y combustible se registran en varias regiones. En una reunión sin precedentes, los noticieros del país, directores de medios y líderes de opinión se unieron a un clamor unánime, rechazando el bloqueo, especialmente por el represamiento de insumos vitales: “Marchas sí, bloqueos no”.
Encarecimiento, pérdidas y resistencia, palabras que hacen parte del vocabulario popular desde el pasado 28 de abril. Resulta obligado hacer un llamado a la mesura y la sensatez; el derecho a la libertad de expresión y el derecho a la protesta no deben seguir siendo manchados por las acciones violentas y destructivas de unos pocos, que desvirtúan el civismo de la mayoría.
Los titulares de la prensa están salpicados por un tinte apocalíptico, en español, inglés y hasta menciones en la televisión de Japón, Italia y Corea del Sur: “¿Cuándo pasará el paro?”, “Colombia protests: UN ‘deeply alarmed’ by bloodshed in Cali”, “In Colombia la violenza della polizia è fuori controllo”.
El adagio popular reza: “Después de la tormenta viene la calma” y la poesía parece reivindicarlo: “Cuando la tormenta pase y se amansen los caminos, y seamos sobrevivientes de un naufragio colectivo (. . .) Sudaremos empatía por quien está y quien se ha ido”2.
1Frase de la autoría del escritor e ingeniero colombiano Jorge González Moore.
2Fragmento del poema Esperanza del cubano Alexis Valdés