Homero Tabares es también un héroe a su manera. Su recorrido ha sido una lucha constante, para mantener en pie un espacio cargado de cultura, arte y poesía, en el que cualquiera que atraviesa sus puertas puede protagonizar su propia epopeya.
En el año de 1944, nació Homero Tabares. Con una gran montaña como testigo y entre frondosos árboles, Homero arribó al mundo esa madrugada. Eva, su madre, daba gritos de dolor que extrañamente se sincronizaban con el del canto de las aves; el primer canto de la epopeya de Homero había concluido: “Arriba Ave, Abajo Eva”.
Artista caleño y de padres viajeros, ‘Don Homero’ desde muy pequeño a través de los trazos, las pinturas y los libros de su abuelo se fue familiarizando con la lectura y el arte.
Era la 1:07 de la mañana del 7 de agosto de 1956, y Cali sucumbía a la explosión de 42 toneladas de dinamita, la familia de Homero le obligó a viajar donde unos familiares a la ciudad de Bogotá. Caminado por el tradicional barrio de La Candelaria y enamorado cada vez más por su ambiente, calles y deslumbrantes noches, no dudó en vivir allí.
Desde hace más de 40 años da voz a los diferentes artistas en su café bar ‘El Chibcha’ o para sus más allegados el Bar de Homero en el que la literatura, el cine, la pintura y los versos son protagonistas todos los días.
Los ‘lunes de poesía”’ derrochan una noche de palabras, sin importar la edad, sus participantes declaman, expresan y organizan las tertulias de forma espontánea; este espacio ha sido un símbolo de resistencia y valor histórico bogotano.
Así como los héroes griegos enfrentaban grandes adversidades, desde el 2007 han tratado de desalojarlo con el denominado Plan Centro, el cual pretendía hacer una renovación urbana en aquel perímetro; las actividades que no cumpliesen con los puntos del programa, serían desalojadas. “De esta forma, centros culturales que guardaban una riqueza fueron reemplazados por hoteles y hostales con dueños extranjeros, desvaneciendo la carga histórica y cultural que tenía cada uno de esos espacios”, comenta Tabares.
El Bar de Homero comenzó con paredes blancas que con el tiempo diferentes artistas han intervenido en calidad de amigos de la casa. “Las pinturas para mí son como las mariposas monarcas que llegan a sus árboles después de un largo viaje”, reflexiona con nostalgia.
Este oasis cultural que todavía resiste los ecos lejanos del desalojo, ha escuchado por décadas a los más vulnerables, trabajando e involucrándolos en talleres creativos, incluyendo el de un periodo desarrollado por habitantes de la calle, proyecto en el que expresaban e informaban lo que pasaba a su alrededor, llamado con cierta ironía ‘La Ñerada’.
Homero, a pesar de que sufre una enfermedad autoinmune llamada esclerosis múltiple, aún mantiene intacta la llama ardiente del arte y la literatura; ni los dolores ni los largos desvelos han logrado apagarla. En sus ojos se refleja un alma en resiliencia y su voz denota la profunda fisura inquebrantable que ha tenido que atravesar.
*periodista y documentalista