¿Hasta cuándo, en cada periodo previo electoral, los que tenemos la oportunidad de estar al frente de una comunidad o de un medio de comunicación, los que de alguna manera intentamos ejercer influencia sobre las actitudes o la conducta de otras personas hacia ciertas maneras de pensar o de actuar, en tanto somos percibidos por los demás como una autoridad o una fuente confiable de información, noticias, o reflexiones, resaltaremos, enfatizaremos, destacaremos que llegó, ahora sí, la hora de que los ciudadanos evitemos los espejismos de los compadrazgos, partidismos, amiguismos y politiquería que tanto daño le han hecho al sistema político colombiano y nos han llevado a estados de postración, ostracismo y subdesarrollo a lo largo y ancho del país?
La pregunta ha sido la misma desde el periodo de la Patria Boba (1810-1815), cuando para ser sufragante primario se debía vivir de la renta o del trabajo, y tener más de 21 años o estar casado. Y será la misma inquietud siempre, hasta cuando los candidatos que se proclaman líderes de uno u otro bando, dejen de centrar sus campañas electorales en hacer llamados a los ciudadanos a no votar por “los mismos con las mismas”. Esos mismos líderes o mesías que se piensan -y se lo creen- que solo ellos o ellas son “otros con las otras distintas”.
Una pregunta que tiene la misma respuesta: hasta cuando el sufragante, al pararse en el cubículo y buscar la casilla en la que va a marcar la “X”, demuestre su cultura electoral democrática, y vote por el candidato de propuestas propias no en contra de todos los demás; por la candidatura con ideas, con carga cultural democrática, conocimiento del país o de la región con estudios, creencias, filosofía y visión de mundo. Hasta cuando ese votante regrese a su casa u ofi cina y pueda responder con la cabeza en alto: voté a conciencia, no por el que me ofreció algo a cambio, no por quien me presionó para que votara por él, no para hacerle el favor a mi patrón o a un amigo o conocido de mi amigo. Hasta cuando ese mismo elector o electora haya examinado de manera consciente las diferentes propuestas de los otros candidatos, los haya criticado con juicio y apoye aquellas ideas que concuerden con sus principios, se acerquen a su visión y puedan resolver los problemas locales, regionales o nacionales que más le impacientan.
Hasta cuando el sufragante elija a ese candidato a un cargo político que les da más importancia a sus argumentos y respeta las ideas del otro, y no sustenta su campaña con insultos, miedos y mentiras. Cuando abunden los votantes que no le “comen cuento” a la infodemia: un término validado por la RAE en 2020, para referirse “al exceso de información, en gran parte falsa, sobre un problema, que dificulta su solución”.
Hasta cuando elijamos a aquellas personas cuya reputación sea, dentro de lo posible, intachable y asertiva: que expresa sus ideas de una manera amable, franca, abierta, directa y adecuada, logrando decir lo que quiere transmitir sin atentar contra los demás. Que sepa rodearse de personas expertas, que trabajan por y para el pueblo, que no adornan sus discursos con palabras bonitas o que injurian detrás de las palabras y sin ofensas.
Pero todo parece un sueño, todavía: hasta ahora, sobre todo en la campaña por la presidencia de Colombia 2022-2026, no ha arrancado la campaña decente, hay por ahí quien, en vez de darles fuerza a los argumentos y a las ideas, solo alimenta miedos y mentiras, con broncas a los otros candidatos. Parece que, aunque ya gobernó una importante ciudad, no aprendió que el elector colombiano de todas las clases, desde el campo a la ciudad, viene madurando en forma acelerada, está aprendiendo a respetar las diferentes posturas. Y algo también bien importante: hasta cuando respetemos el voto en blanco de aquel que así vota como consecuencia de su descontento no por desinterés. Es decir, cuando vota en blanco porque ningún candidato le convence.
En fin, hasta cuando aprendamos a votar solo por quien tiene hambre, pero de servir, sin apetitos personales, con verdad y justicia para todos, y no con el interés de buscar la lama debajo de las piedras.