Ojo a la música
Si los tiempos que hoy vivimos no tuvieran el disparo del apuro, la rivalidad y aquellas ansias por terminar primero, quizás retornaría lo auténtico, lo genuino, lo propio. Así tocaba la tambora Juan ‘Chuchita’, sin premura, sin afanes y con tal naturalidad que entonces decía: “Yo no entiendo por qué los muchachos quieren tocar todo rápido”.
Una tarde fui testigo de su demostración de ritmo ‘sentado’ que me apaciguó, y con gracia me señaló la cadencia de la cumbia.
Juan Alberto Fernández Polo, ampliamente conocido como Juan ‘Chuchita’, falleció el pasado 29 de julio, días antes de llegar a su cumpleaños 91. El hecho ocurrió en compañía de sus hijos y su señora, en un humilde hogar sanjacintero del barrio Torices, en las entrañas de los Montes de María, región tutelar de la música de gaita, entre los departamentos de Bolívar y Sucre. Sus lamentos se oyen en todo el pueblo. Manuel Zapata Olivella, su hermana Delia, Los Gaiteros de San Jacinto, Totó La Momposina, Petrona Martínez, las cantaoras, tamboreros y hasta el propio García Márquez, entre tantos otros artistas célebres, han dado renombre mundial e identidad a Colombia en virtud de esta música hermosa, y como decíamos en una entrega anterior, es vergonzoso y hasta sobrecogedor pensar que toda esta riqueza geográfica, cultural y humana deba padecer más allá del absurdo, un realismo para nada mágico: la injusticia, el despojo, las masacres, los desplazamientos y ahora permanentemente la presencia del Clan del Golfo.
“Es el fuego de mi cumbia.
Es el fuego de mi raza,
un fuego de sangre pura que con lamento se canta,
un fuego de sangre pura que con lamento se canta”.
El anterior verso es de Fernández Polo, el juglar que hoy tributamos, poseedor de una voz melancólica y a la vez firme y segura para alcanzar los tonos altos, curtida para vocalizar y elevar así el infortunio con todo su sentimiento. Y no es menor la tristeza que expresa, si la comparamos con la del blues o la del góspel, o la de todas aquellas músicas que a través del canto buscan la liberación, o cuando menos sanar el dolor.
EL FUEGO DE LA CUMBIA
Le conocí ya sin dientes, con sus pómulos salidos, su cuerpo enjuto, los Dedos torcidos en sus manos encogidas, padre de 10 hijos y tórrido compositor de versos dedicados con frecuencia a Arnulfa Helena Mercado Guzmán, su mujer durante más de medio siglo. En entrevista con el periodista Édgar Ochoa, de la Radio Nacional de Colombia, estas fueron las palabras de Emérita, una de sus hijas: “Él fue lo más sagrado en esta vida” … “mi papá murió feliz, porque antes de ayer habló, me dijo cosas bonitas, me dijo mija estás linda, estás hermosa’. Estaba alegre porque estaba rodeado de todos sus hijos”.
En su temprana juventud trabajó en el campo mientras descubría su pasión por el verso, la guacharaca, la tambora y el canto… “En el campo a donde vivo/busco acá mi compañera/ y ella es la que me consuela/ cuando me encuentro afligido/ si me voy pa’ Campo Alegre/ pues que mi amor no se quede/ en este precioso campo a donde tengo mis bienes/ y como es mi canto alegre/ por eso es que yo le canto”.
Si la memoria no me falla, Juan ‘Chuchita’ escasamente firmaba, pero no por ello trasgredía lo que afirmaba en alguna de sus salidas: “La inteligencia da para todo”, porque en efecto, su intuición sumada a las ganas y al talento lo llevarían a viajar como voz líder por el mundo, no solo con el formidable grupo de Los gaiteros de San Jacinto, sino con diferentes proyectos en los que solía ser el protegido de muchos jóvenes e inspiración para las generaciones que le sucedieron.
Como era de espíritu alegre el coloquio en su lenguaje campesino estaba presente en sus versos, en las décimas y en las zafras que contenían tanto lo fúnebre como lo jocoso.
Retomamos aquí la definición del maestro Abadía sobre las zafras: “Tipo de canto que practican los campesinos de la Sabana de Bolívar y el departamento de Córdoba. Su nombre señala una posible influencia árabe que puede constatarse en los arabescos y melismas, similares al cante jondo, que pueden apreciarse en su ejecución. Tiene funciones funerarias sagradas, profanas-festivas, de transmisión de saberes y también lúdicas” (Abadía, Guillermo, 1971).
En 2007 obtuvo con los gaiteros de San Jacinto el Premio Grammy Latino como mejor álbum folclórico. En 2012 el Ministerio de Cultura le otorgó el premio Vida y Obra, y volvería a ser nominado para los premios Grammy en 2020.
Espera la segunda parte en la WEB.