Este adagio popular, que sentencia que todos los males traen algo bueno, hoy es más vigente que hace un año cuando reflexionaba sobre los primeros embates de esta pandemia, que ha postrado a miles y millones de seres humanos, a gobiernos y entidades; cuando escribí –Llamado de Conciencia- no había vacunas aún, los países afanosamente buscaban la cura para la infección causada por el Sar Cov 2 y bautizada como COVID 19. Hoy tenemos por lo menos 16 inmunizantes, -BioNTech Pfi zer, Moderna, AztraZeneca, Janssen Johnson&Johnson, Sinopharm, Sputnik V, Sputnik Light, EpiVacCorona, CoronaVac, CureVac, Novavax, Sanofi /GSK, Soberana I y II, Abdalá, CanSino -y la sociedad mundial enfrenta además del COVID 19, un virus aun más letal y es la ambición, pues resulta que los países ricos han acaparado el 80% de las vacunas y ahora especulan en el mercado y por supuesto, algunos gobernantes se pelean por las comisiones y las coimas, mientras los hospitales no dan abasto para atender y el dolor en millones de familias se multiplica por diez, cuando uno de sus seres queridos sucumbe por falta de oxígeno, o atención científica.
Este panorama planteado por los comerciantes farmacéuticos del mundo y algunos gobiernos, deja al descubierto y sin atenuantes, que los sistemas privados de salud y más aún los sistemas de salud que se basan en seguros, son inadecuados y por supuesto para una emergencia como esta, se convierten más bien en un estorbo, causando más dolor y muerte, que si no existieran; prueba irrefutable de lo anterior es el macabro espectáculo de las fosas comunes en Nueva York y otras ciudades de los Estados Unidos –país que se precia de ser el más civilizado y democrático del mundo-, también en varias ciudades de Brasil y el doloroso cuadro de Ecuador, cuando en Guayaquil se lanzaban al mar los cadáveres; registramos con profundo pesar las interminables fi las de piras en la India y los 500 muertos diarios en Colombia, cuya emergencia es palpable por estos días, cuando en las principales ciudades se han copado los cupos UCI, ante la mirada desconcertada de los gobernantes.
Si algo bueno trajo esta pandemia, es que denuncia la debilidad de los gobiernos, para salvar a la humanidad en una emergencia sanitaria como esta, mientras que las armas de guerra son cada vez más letales. La pandemia nos muestra clara y contundentemente que la salud no puede ser negocio en ninguna parte del mundo y que por económico que sea un medicamento, los traficantes del dolor lo hacen valer tanto de acuerdo a su ambición, sin ningún tipo de control o cortapisa –negociar con la vida humana es una maniobra tan despreciable, como aquel que chupa la sangre de su progenitora, para salvar sus finanzas personales-. La pandemia también nos muestra, que además del discurso y las promesas, los dirigentes políticos y gobernantes, deben tener iniciativa propia, capacidad de análisis, agilidad en las decisiones, claridad mental, pero además y por encima de todo, amor a su prójimo y sentido de responsabilidad a toda prueba. Hoy es común ver que se toma una decisión y a las pocas horas se revoca, para tomar otra en sentido contrario, o que se propone un programa y a los pocos días se cambia sin ninguna explicación; las palabras confinamiento, cuidado, prevención, se han vuelto caballitos de batalla que cabalgan sin rumbo en las redes y los medios masivos de comunicación social; es indispensable que hacia el futuro, quienes se disputen el favor popular, tengan un perfil de preparación intelectual y una gran dosis de bondad espiritual, para que en una emergencia como esta, los pueblos encuentren el punto de equilibrio, entre lo que se debe y se puede hacer, no es justo que se quiebren las finanzas del pequeño comerciante, del transportador, el campesino, que se arruine al obrero y al empleado, porque las medidas que se han tomado, no son producto del estudio, sino por el contrario de la emoción momentánea.
Como en otros artículos de este periódico se analizará con detalle las causas y efectos del paro nacional, quiero concluir esta segunda carta a la Especie Humana, con la firme esperanza que esta pandemia y las movilizaciones, dejen como ganancia a Colombia y a los Pueblos de América Latina, EL SURGIMIENTO DE UN NUEVO ORDEN EN EL SISTEMA DE SALUD, PARA QUE SE ACABE Y PARA SIEMPRE, CON EL COMERCIO DE LA VIDA HUMANA, COMO SI NUESTRA ESPECIE NO FUERA LO MÁS DIVINO DE LA CREACIÓN.