Con el triunfo Talibán en Afganistán se abre nuevamente la discusión sobre las teocracias estatales. Es claro que van a imponer la sharia, Ley Islámica o coránica que recorta los derechos humanos, en especial a las mujeres. Ellas deben usar el Nikab o el burka. Se prohíben las vitrinas con mujeres descubiertas porque “así lo exige el Islam”. Amputación de los dedos a las mujeres que se pinten las uñas. Prohibición de reír o de usar tacones. No pueden salir a la calle sin compañía masculina. No pueden ser examinadas por médicos varones. No pueden practicar deporte públicamente. No pueden asomarse a los balcones, ni se les pueden tomar fotos, ni registrar videos. Tampoco maquillarse. Pueden sufrir expiaciones, como ejecuciones públicas, lapidación o latigazos. No se acepta la bandera tricolor, sino la talibana blanca. El medioevo se quedó corto.
Se coloca de presente nuevamente el enfrentamiento con el estado laico. Los países de la OTAN fracasaron en este empeño. Han pasado 20 años desde la intervención de occidente a raíz de los atentados del 11 de septiembre con un trágico saldo de 2 millones de muertos, 2 millones de heridos, 10 millones de minas antipersonas y antitanques sembradas. Millones de muertos y amputados por ellas, millones de analfabetas. Primer país productor de opio en el mundo (Assange en Wikyleaks dijo hace 10 años que EEUU lo tenía de base para lavar dineros de oscura procedencia), corrupción galopante, señores de la guerra, una Constitución moribunda del 2004, la venganza de los presos de Guantánamo, que también fueron humillados en Abu Graib. Joseph Borrell, Jefe de la diplomacia en la UE, ha manifestado que se alteró el equilibrio de poder en el mundo.
En la historia Afganistán consiguió su independencia frente al Reino Unido y posteriormente derrotó a la URSS. Hoy saca a la coalición de la OTAN, con EEUU a la cabeza. Muy significativo.
Los talibanes se financian con dineros del narcotráfico, la minería, las extorsiones y el apoyo externo individual, en especial proveniente de Pakistán, Irán y Arabia Saudita. China ha pactado con los talibanes en la esperanza de poner infraestructura para extraer recursos valiosos y frenar cualquier acto de terrorismo en la frontera y en una provincia limítrofe de mayoría musulmana. Han muerto 3.500 personas de la coalición, 2.300 soldados de EEUU y 450 de Gran Bretaña, entre otros. Aunque el Secretario de Estado Anthony Blinken dijo “esto no es Saigón”, las imágenes nos retrotraen a la derrota en la Guerra de Vietnam hace 46 años, otro país que derrotó a Francia y a EEUU. Insistamos en que los talibanes derrotaron a la URSS (donde hubo apoyo norteamericano a los Muyahidines en plena Guerra Fría) y a EEUU, quiérase o no, hoy por hoy la principal potencia militar en el orbe.
La construcción del Estado desarrollada desde 2001 implicó la celebración de elecciones libres y, por tanto, el establecimiento de una democracia liberal como sistema de gobierno, en la que los poderes ejecutivo, legislativo y judicial sean independientes. Aquí surge el gran problema de tensión entre democracia e islam. Es evidente que el modelo occidental riñe en este caso porque presupone separar Estado y religión, y en un país musulmán eso resulta complicado, y en Afganistán incluso peligroso, pues la integración de las diferentes comunidades étnicas en un territorio común tiene en la religión un elemento clave para el triunfo de la democracia. El modelo iraní fija la sharia o ley islámica como base del derecho, lo que en el caso afgano algunos podrían considerar un progreso considerable visto el peso excesivo de la tradición y de las leyes consuetudinarias en el seno de la sociedad. Sin embargo, la llamada “democracia iraní” no es una verdadera democracia porque la República islámica de Irán no deja de ser una extraña mezcla de teocracia y formas democráticas, y en la práctica el verdadero poder político está en manos del Guía de la Revolución (un religioso) y de un cuerpo formado por altos dignatarios del estamento religioso chiita, que tienen derecho a vetar leyes del gobierno (cuyo jefe es a la vez Presidente de la República y resulta elegido por sufragio universal) y la designación de candidatos y altos cargos del gabinete y del parlamento. En Afganistán el único gobierno teocrático –y para algunos “democrático” por tener mayorías- hasta la fecha ha sido el de los talibanes y no es precisamente un ejemplo a seguir.
Por otro lado, si examinamos el modelo liberal de occidente, donde la democracia está ligada a formas del Estado con frenos y contrapesos, en Afganistán los límites de la sociedad no están claros y, por ello, la democracia de corte liberal que deseaban llevar los aliados de la OTAN (donde están Alemania, Dinamarca y España, entre otros) encontró serias dificultades en estos 20 años para consolidarse. Además, por la presencia de los todopoderosos señores de la guerra. La sociedad afgana se caracteriza en gran parte por las organizaciones tribales (que no hay en occidente como tales), lo que frena el desarrollo del estado nacional (con un amplio abanico como pastunes, hazaras, tayikos etc.) pues la tribu al accionar con el Estado trata de interferirlo e imponerse. Es decir, cada tribu –solidaria en sí misma está aislada del resto y sólo está unida a la nación-estado a través de los lazos personales con individuos del gobierno. La pregunta es si en estos 20 años se educó en la cultura de la democracia y si se realizó la transición política, dentro de las características propias de la sociedad afgana. Parece que no. La forma como avanzó de forma impresionante el ejército talibán con 75.000 hombres frente a 300.000 del ejército oficial así lo demuestra. El espacio no nos da para hablar de la intromisión indebida de las potencias en los asuntos internos de los Estados (¿imperialismo?) así como desarrollar el principio de autodeterminación de los pueblos, temas muy prolijos, por demás.
Vemos entonces que las teocracias no responden al sistema de los derechos humanos desde el punto de vista universal y pueden originar una serie de afectaciones sumamente graves en contra de la libertad de conciencia, de religión, de pensamiento, de cultos y de expresión. Sin embargo, es claro que a esta visión se oponen los relativismos culturales que validan el ejercicio de las opciones autónomas, cueste lo que cueste. La comunidad internacional está expectante por la grave situación de inseguridad internacional que se presenta frete a la posibilidad de ataques terroristas, como ya ha ocurrido con los autollamados “mártires de Al- Aqsa”, la Yihad o Al Qaeda que se inmolan para conectarse con el Profeta. No sobra recordar el caso de Charlie Hebdo en París, el tren de Atocha, Niza, Londres, Barcelona, etc. Puede ser otra pandemia.
En ese escenario corresponde a la comunidad globalizada estudiar cómo nos ha ido en sociedades teocráticas y ausentes de pluralismo. El relativismo cultural riñe con los principios de los DDHH de carácter universal, muy caros a nuestra tradición occidental, en tanto varias personalidades como René Cassin, Stephane Hessel o Eleonora Roosevelt, intervinieron en su formulación y cristalización como tratados internacionales vinculantes. ¿Acaso podría pensarse en una tercera vía, en la línea del quebequense Charles Taylor, o algunos comunitaristas (como Mc Intyre), que las integre? Podría ser la cuadratura del círculo.