Duitama despide al maestro Juan Francisco Mancipe Núñez.
La música es quizás, la expresión más íntima de la especie humana, pues sus notas alegran o entristecen los espíritus y viajan miles y miles de kilómetros, llevando mensajes sin idioma, pero sí con una extraordinaria carga de emoción. Desde inmemorables tiempos, la especie humana ha encontrado en los instrumentos, la mejor forma de identificar su esencia, de ahí el lamento alargado de la flauta andina, cuyo sonido se prolonga en el tiempo rompiendo el apacible ambiente de los robles y subiendo hasta los páramos donde se confunde con la hierba, para después perderse definitivamente en las nieves perpetuas de la cordillera.
Los hombres y mujeres que invierten gran parte de su tiempo en esta bella disciplina, resultan inmortales para quienes amamos las cosas simples de la existencia. Fueron los músicos los que antaño alegraron las fiestas en las cortes y lloraron con los hombres las catástrofes; fueron los músicos los que pudieron romper silencios o imponerlos. Sí, cuando la trompeta despedía al trompetista en el Parque de Los Libertadores, se detuvo el tiempo y parecía que los árboles y los asistentes, habían detenido por instantes la respiración para conectarse con el alma del amigo que tantas veces deleitó a la muchedumbre con su inteligencia o con su trompeta; unas veces como director, otras veces como ejecutor de instrumentos; el maestro Juan Francisco Mancipe Núñez penetró en el alma de los duitamenses, para dejar una impronta de alegría, belleza o tristeza.