Por estos días, el negro humo de las llantas, que en hogueras impide el paso de los vehículos, se ha convertido en el emblema de la profunda crisis por la que atraviesa el país.
El Altiplano Cundiboyacense, donde están involucrados los departamentos de Boyacá y Cundinamarca y por supuesto, por vecindad se vinculan Santander, Meta y Casanare, es la despensa agrícola y pecuaria de Bogotá -una ciudad con diez millones de habitantes-. EL CORREDOR DE LA PAPA, es el tramo de carretera pavimentada con dos vías, que une a Sogamoso y Bogotá por la parte oriental y que atraviesa la Gran Sabana del centro al nororiente. Por esta carretera pasan diariamente hacia la capital, centenares de camiones con ganado en pie, arroz, sorgo, soya, plátano, yuca, frutas; y después de Sogamoso encontramos verduras y legumbres, y el producto más emblemático del país, LA PAPA.
En días pasados, centenares de familias salieron a regalar el producto para no perder la totalidad de la cosecha, la ruta que otrora fuera el camino de la esperanza, se convirtió de pronto en el sendero de la desesperación, porque no existen políticas agrarias eficientes, las importaciones afectan y lo más grave de todo, los insumos para el cultivo de este tubérculo, son demasiado costosos, tanto que a veces chupa toda la producción; otro factor que influye de manera definitiva en la debacle, es la ausencia del mercado Venezolano, pues la República Bolivariana ha sido desde siempre, el segundo socio comercial de Colombia y las exportaciones a ese país eran de gran beneficio para los campesinos colombianos; romper relaciones diplomáticas y comerciales, es un error que castiga directamente a hombres y mujeres -pequeños productores- sin ningún beneficio.
A las 12 del día, cuando el obrero sale a almorzar lo hace con coloquial expresión, secándose a mano limpia el sudor de la frente –me voy a buscar la papita-. Cuando la madre de familia o el padre sale a comprar el mercado, lo hace con la misma expresión –voy a buscar la papa, para los muchachos-; cuando una persona no tiene dinero, usa una expresión íntimamente relacionada a este tubérculo –no tengo ni pa’ la papa-.
Es la papa ancestral de raíces bolivianas, de consumo Muisca, que con el maíz constituían el principal alimento precolombino de toda América, un símbolo y una enseña. Hace unos días y por muchos meses, en mis frecuentes viajes a Bogotá, registré con desasosiego, la forma como los campesinos de ruana y sombrero, de manos callosas y fresca sonrisa, de piel morena y estatura regular, “regalaban” la papa en la carretera, por cualquier cantidad de dinero que los viajeros dieran por un bulto de ese tan apreciado alimento. En los casi 300 kilómetros que hay desde Sogamoso hasta Bogotá, había por lo menos 100 familias campesinas, rogando para que alguien les comprara su producto, trabajado con el sudor de su frente.
El jueves 6 de mayo salí hacia Bogotá por la misma ruta, que desde hoy se llamará –La Ruta de la Papa-; en la salida de Duitama encontré el primer montón de llantas, botando su característico humo negro y la cantidad de muchachas y muchachos, también hombres y mujeres viejos, todos con presencia de trabajadores y estudiantes, que no querían dejarme pasar; les expliqué que estaba haciendo el recorrido para publicarlo en el periódico CONCIENCIA, unos y otras se cruzaron miradas y una joven lideresa de los amotinados me dijo, “Todos los periódicos y la televisión son unos mentirosos”, ante tal afirmación, expuse mis argumentos, le entregué algunos ejemplares de la última edición del periódico CONCIENCIA, sus caras cambiaron de expresión y pude continuar 5 o 6 km sin problema, hasta llegar a la entrada de Paipa, donde tuve que surtir el mismo proceso para continuar mi camino. Después de atravesar la ciudad y casi frente a Termopaipa, de nuevo expliqué mis propósitos y argumentos para que se me permitiera continuar; en los tramos donde no había amotinamiento, mi camioneta que se desplazaba velozmente para procurar cumplir la tarea, parecía que también entendiera las afugías del momento; la foto, la entrevista, el intercambio de ideas en cada escala, me fueron llevando a la conclusión que en su gran mayoría, eran los mismos hombres y mujeres que días antes “regalaban” la papa, con la frustración de perder el dinero de la cosecha. En esta oportunidad salieron a la carretera no por ser camioneros, sino para respaldar la actitud tomada por vastos sectores de la población, al convocar un paro nacional para pedir que se agilice el proceso de vacunación, se retiren los proyectos de reforma tributaria, a la salud, a la educación y se disponga de dineros para que las personas que hoy no tienen como subsistir, lleven a la mesa de su hogar el alimento.
Casi a las 10 am y después de repetir, por no sé cuántas veces, el proceso de justificación de mi viaje y escuchar de los protestantes, las mismas opiniones contra los medios de comunicación por mentirosos, me acerqué a la población de Sesquilé, donde fue imposible pasar, pues estaba a más de un Kilómetro de los líderes de la protesta y las tractomulas, camiones y buses copaban las dos vías de la carretera; tomé un atajo para tratar de salir del atolladero y este camino me condujo hasta Suesca, la cuidad que todo el tiempo está respirando el aire contaminado que produce una cementera ubicada en una de sus calles adyacentes; allí uno de los líderes que custodiaban la barricada, me advirtió que si entraba a la ciudad no podría salir de ella. Los argumentos en todos los sitios donde tuve oportunidad de cruzar impresiones con los improvisados atizadores del fogón que impedía el paso, fueron exactamente iguales, están allí para tratar de hacer ver al gobierno que el pueblo tiene hambre, que no quieren más peajes de los que hay en las carreteras, que necesitan insumos y tierras para trabajar, que es indispensable la infraestructura educativa pública, para recibir educación de calidad. Otro argumento que hace parte de ese justiciero catálogo, es el pedido para que la fuerza pública, no maltrate a la población y no utilice armas letales para sofocar la angustia popular; seguramente en esta población, fue donde más me demoré, pero sin embargo después de desayunar puede continuar la marcha, hasta las inmediaciones de la empresa Peldar, donde sorteé con éxito otras dos barricadas para llegar hasta la vereda Camacho de la ciudad turística de Nemocón, donde la Sra. María Prieto líder comunal, con otras 40 personas, me expuso la problemática del sector por la inadecuada explotación de una mina de sal, que está causando gravísimos problemas, no solo a la vegetación, sino a la fauna silvestre y la población; me comprometí a volver para hacer un trabajo más profundo e investigar con los dueños de la explotación minera, todos los procedimientos y a su vez, buscar las soluciones que dejen conformes a las partes.
Es muy curioso y agradable, analizar como los atizadores de la hoguera del paro, en todas partes pasan de la hostilidad y el mal genio, a la sonrisa y la bondad tan característica de la gente sencilla en todas partes del mundo. Una vez se les informa de la fuente para la cual estamos sirviendo y del objetivo de nuestro trabajo, afloran las sonrisas y vienen las atenciones, comí bocadillo de guayaba, dulces de unos y otros, gaseosa y pan; el señor Ramírez, líder de una barricada cercana a Peldar, me insistió para que me quedara a almorzar con ellos; sin embargo, por la necesidad de cumplir con el deber de hacer esta crónica con el recorrido hasta Bogotá, le dije que el almuerzo quedaba en deuda y ojalá pudiera regresar otro día.
Llegué entonces hasta la glorieta donde se apartan caminos para entrar a la ciudad de Zipaquirá y la carretera que conduce a Chiquinquirá, allí la cosa estaba fea, habían más de 500 personas, los líderes de los camioneros desde un principio me dijeron, “mire que estamos aquí, que no somos uno o dos, que somos gente de carne y hueso, que tenemos hijos y familia, que nuestros carros están parados, porque ustedes a través de Caracol y RCN y otros pasquines escritos lo mismo que la televisión, dicen que acá no pasa nada, que nos quejamos sin que nos duela y que eso es asunto de los vándalos y castrochavistas”. Volví con mis argumentos, le entregué ejemplares del periódico y otra vez pude ver con infinita alegría, la sonrisa amplia, el brillo de sus ojos y recibir el abrazo o apretón de mano; con mi teléfono lleno de fotos y con la satisfacción de haber visto con mis ojos la realidad de este pedacito de PATRIA, llegué hasta Bogotá casi a las 5 de la tarde, cuando en las colinas del oriente, empezaba a divisarse y sentirse el tibio sol de los venados.
La fértil tierra de Nemocón, en previos días había sido bañada con abundantes lluvias, produjo un pasto tan exuberante, que las vacas lecheras duplicaron su producción; por eso mientras charlaba con los campesinos de mi travesía, vi como un campesino regalaba la leche, pues no había quien la comprara y en días pasados había tenido que botarla. A poco distancia de allí, están barrios marginados de Zipaquirá, Cajicá, Chía y Bogotá, donde niños hambrientos no pueden tomar un vaso de leche semanal.