Una mujer que recorre las calles y pide comida en restaurantes aunque puede trabajar.
Por: Angélica González
En uno de los sitios más concurridos de Bogotá, una mujer bien presentada, con don de gentes y fluido hablar, me abordó para que yo tuviera la fortuna de escuchar de boca de una víctima, la narración de un crimen colectivo que en el mundo entero se perpetra segundo a segundo y día tras día, haciendo evidente la indolencia de nuestra especie al rechazar, como algo inservible a hombres y mujeres en edad productiva pero que no tienen una profesión definida y pasan de 40 años.
Es política de casi todas la empresas, despedir a trabajadores o trabajadoras que alcanzan cierta edad y ya no pueden desarrollar sus funciones como el patrón quisiera; es el caso de Doña María – nombre supuesto para proteger su identidad, quien durante muchos años trabajó en una empresa que en un momento determinado la indemnizó y lanzó a la calle, para que su vida se convirtiera en tortura y poco a poco, se vaya apagando la luz de la esperanza a la que todos tenemos derecho, por el simple hecho de ver, sentir, oír y pensar.
Doña María fue indemnizada por Colpensiones hace ya varios años. Al quedarse sin empleo empezó por vender algunas de sus pocas pertenencias, después recurrió, a la bondad de sus amigos, cuando estos se cansaron, empezó a alargar su mano, para que personas extrañas, no la dejen morir de hambre en cualquier calle. Como Doña María, hay millones de personas en todo el mundo, que son rechazadas por su edad, sin que ningún ente gubernamental se preocupe por su alimentación, salud y vivienda; este bloque humano, en todas las grandes y pequeñas ciudades del mundo, ha sido condenado a la peor de las torturas, sin formula de juicio y lo más escalofriante, se les acusa, de un delito que no existe y al que todos los seres humanos estamos expuestos.