En los últimos tiempos se han arreciado los ventarrones protagonizados por nuestro país, que hacen que la comunidad internacional señale a Colombia como la matriz del fenómeno. Desde mitad del siglo pasado y exactamente desde el momento que sonaron los disparos que acabaron con la vida de Jorge Eliecer Gaitán, la violencia en Colombia se ha incrementado hasta el punto que hoy traspasa las fronteras y podemos decir, que de tormenta, pasó a borrasca y de borrasca pasó a huracán.
Los asesinatos selectivos por parte del estado que muchos llaman falsos positivos, parecía ser la máxima expresión de la violencia; sin embargo, cuando en las movilizaciones populares que se han dado desde hace más de dos meses, vemos a civiles disparando contra los manifestantes y se habla de secuestro y desapariciones, de torturas y violaciones sexuales; es muestra incuestionable de los horrores del conflicto y de cómo el huracán social causa un daño irreparable en el cuerpo humano de la patria. La pandemia que azota al mundo, ha encontrado en Colombia un ambiente favorable para su desarrollo, el país está en los primeros lugares por la cantidad de infectados y muertos, no hemos podido manejar esta emergencia; en Bogotá, la capital del país, la improvisación y falta de imaginación, ha sido la causa principal de la mortandad por esta tragedia causada por el Coronavirus SAR-COV-2. Vemos a centenares y miles de barrios populares hundidos en el hambre y la desesperación; si antes de la pandemia se decía que en Colombia morían 8 niños diarios por hambre, no sabemos hoy cuantos mueren en estas circunstancias. La tentativa del gobierno para imponer una reforma tributaria en medio de la desesperación de la masa, avivó la chispa que generó la conflagración en casi todas la ciudades del país, sobre todo en Cali, Bogotá y Medellín, donde el número de fallecidos va en aumento sin que veamos en el horizonte una solución, o por lo menos un alivio, los hospitales continúan en emergencia, pues el sistema de salud privado no fue capaz de atender a las víctimas de la enfermedad.
Cuando en las movilizaciones populares que se han dado desde hace dos meses, vemos a civiles disparando contra los manifestantes y se habla de secuestro y desapariciones, de torturas y violaciones sexuales; es muestra incuestionable de los horrores del conflicto y de cómo el huracán social causa un daño irreparable en el cuerpo humano de la patria.
Si bien es cierto, la movilización social se ha desinflado, no es así con las causas que la originan, registramos los más altos índices de desempleo y en el campo, los costos de los insumos para la agricultura se han vuelto inalcanzables, la industria del transporte se ha vuelto inviable por el rosario de peajes en todas las carreteras del país, el costo de los combustibles y los repuestos. A todo este panorama, agregamos ahora, la aparición de ex-militares colombianos participando en el asesinato del presidente Jovenel Moïse de Haití, sin que olvidemos que hace unos meses el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela acusó a Colombia de una incursión militar similar a la que acabó con la vida del presidente del país, que sabemos, es el precursor de la independencia americana y el primero en que se dió un gobierno autónomo en toda América, pues el haitiano presidente Petión, ayudó económica y moralmente al Libertador Simón Bolívar en sus Campañas.
Todo ese panorama es razón suficiente para recibir el llamado de atención de la Organización de las Naciones Unidas –ONU- y manifestaciones multitudinarias en las principales capitales del mundo, que se dan en rechazo al gobierno colombiano. Seguramente, es el momento de hacer un balance y corregir el rumbo, tanto en el manejo interno de la pandemia, como el trato del orden público nacional y las relaciones internacionales del país y cumplir estrictamente los acuerdos de paz, que el estado colombiano firmo con la guerrilla de las FARC en la Habana, resulta ahora, una imperativa necesidad para calmar los vientos y poner una barrera física al Huracán.