El 28 de marzo de 2009 a las 8:00 pm un avión de Copa Airlines aterrizó en el aeropuerto El Dorado de Bogotá procedente de Caracas, Venezuela. La aeronave llevaba 160 pasajeros, la mayoría colombianos, y de los pocos venezolanos que se podían escuchar que estaban a bordo, quizás solo yo tenía como plan quedarme en territorio colombiano.
Aunque ese mismo año Venezuela sentiría el primer efecto de la caída del precio del petróleo, pues estaba a nivel de US$45 el barril, el peor de los escenarios previstos para un país de vocación petrolera, la contracción de la economía venezolana en 3,2% y una inflación de 25,1% (a lo que no estábamos acostumbrados), no fue lo que motivó mi salida del país. Una decisión personal me hizo llegar a Colombia, una nación donde, en ese entonces, aún no generaba estupor decir “soy de Venezuela”.
Llegué en un buen momento. Llegué cuando también lo hacían cientos de venezolanos profesionales, los expdvsa (ingenieros petroleros), los inversionistas en el sector de automóviles (con la operación de Toyota), los conceptos que dinamizaron las droguerías (Locatel y Farmatodo) y hasta los emprendedores con sus innovadoras franquicias, como Decofruta, que trajo el modelo de entregar ramos a domicilio, pero no con flores, sino con frutas.
Esto, solo por mencionar algunos casos de esos venezolanos que sí nos preparamos y que sí estábamos construyendo país, pero que por cosas del destino o al ser muy precavidos, logramos saltar de ese barco, llamado Venezuela, cuando apenas estaba dando la alerta (que muchos no escucharon) de ese iceberg con el que inevitablemente chocaría y lo haría hundirse casi una década después.
Las cifras son más que evidentes. Nueve años después de haber salido de Venezuela, la contracción de su PIB es de alrededor de 12% (según estimaciones del FMI) y la inflación ya pasó por un número exorbitante, nada más y nada menos que de 2.616%, según la Asamblea Nacional, una cifra que sí se ha visto en Suramérica (está el caso de Brasil y Argentina), pero en los 90, hace aproximadamente 30 años. Y si se quieren más comparaciones, una cifra que, al día de hoy, los organismos internacionales ubican a la misma altura de un país como Sudán, El Congo o Libia.
Tristemente, no tengo que recurrir a las cifras para demostrar lo que hoy es una realidad evidente. De los emprendedores venezolanos con un core business bien estructurado pasamos a ver emprendedores venezolanos de calle, aquellos que en cada esquina montan un puesto de “arepas venezolanas” o de los que recorren la Avenida Boyacá en Bogotá vendiendo sándwich a $2.000.
En casi una década, pasamos de ser una de las razones del boom petrolero colombiano, gracias a la llegada de directivos petroleros que fundaron sus empresas en Colombia; a una de las problemáticas sociales más grandes que tiene el país, pues la migración ya suma más de 870.000 ciudadanos en territorio colombiano, lo que según el presidente Iván Duque puede llegar a representar 0,5% del PIB, esto es cerca de $5 billones del Presupuesto General.
Cuando llegué a Colombia, era poco frecuente encontrarme a un paisano. Menos de 10 años tomó para que la crisis de un país en pleno desarrollo y con mucho potencial ahuyentara a miles de venezolanos de todos los estratos y que ahora veo en cada esquina, que escucho en la cola para pagar la cuenta en el supermercado, en cada vendedor con el que trato cuando entro a un comercio, al que le doy propina cuando voy a lavar al carro y qué decir, de los que compadezco cuando paso por una plaza o vía pública.
Ni las cifras ni los hechos pueden ser un montaje, tal como lo ha denunciado el presidente Nicolás Maduro. Los venezolanos que vivimos en Colombia, así como en otros países donde la diáspora venezolana es más que notoria como Ecuador, Perú y Estados Unidos, somos testigos y prueba fehaciente del fracaso de un modelo económico castro-chavista que lamentablemente sacó lo mejor y lo peor de Venezuela.
Vanessa Pérez Díaz
Editora La República
Nació en Caracas, Venezuela