Colombia tiene una participación muy escasa en las cadenas de valor de bienes y servicios de mayor complejidad tecnológica, lo que quiere decir que un país sufre más o menos inflación según sea el mercado para sus exportaciones. Como Colombia depende de las exportaciones minero-energéticas, el precio interno del dólar está anclado a los precios del petróleo. Esas exportaciones han disminuido, pero la dependencia del petróleo se mantiene. Este es el resultado de una política irresponsable que quiso aprovechar el boom minero-energético, aunque durara poco y desalentara una nueva industrialización en Colombia, pues los gobiernos anteriores no supieron vincularse a las olas de innovación de las últimas dos décadas.
Tampoco tuvo la infraestructura para adoptar las nuevas tecnologías ecológicas que están revolucionando el mundo, y por tal razón, Colombia necesita los ingresos del petróleo y del carbón para subsistir durante los siguientes doce años. El problema consiste en que los gobiernos, los gremios y la academia fueron cómplices, o muy pasivos, al no usar o no pensar alternativas para usar los recursos de la bonanza. Esta abundancia de divisas ha debido servirnos para desarrollar nuevas industrias, para aumentar la productividad de la agricultura, de las cadenas agroindustriales, y producir la tecnología de base. Colombia tiene una devaluación y una inflación aceleradas o agravadas por la desindustrialización y la caída de la producción agrícola